The Revenant: El Renacido es la más reciente película de Alejandro González Iñárritu, el cineasta mexicano consentido en la Unión Americana que con este filme aseguró que se aleja cada vez más del cine de Hollywood, aunque sólo en forma, pues las temáticas de fondo chocan con sus palabras y se van encasillando en conceptos muy estadounidenses y menos universales.
The Revenant: El Renacido
¿Qué más americano que el Viejo Oeste y que más hollywodense que la venganza en aquella época? Aun así, González Iñárritu no dibuja un obvio largometraje de vaqueros, sino una historia que se aleja de la dinámica del western a cambio de un drama evocativo que a veces peca de pretencioso; sacrifica la acción para darle paso al fino lenguaje narrativo que ha desarrollado a la hora de rodar, pero que a ratos se siente desgastado y obstaculizador.
The Revenant, basada en parte en la novela homónima del ahora diputado Michael Punke, narra un pasaje de la vida de Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), legendario trampero y cazador de la frontera norte quien fuera contratado por una compañía de pieles en 1823. En una de las expediciones el grupo es atacado por arikaras, lo que obliga a los pocos sobrevivientes a huir. Liderados por el trampero, atraviesan el bosque intentando perder a los hostiles indios, pero Glass es embestido por un oso.
Severamente herido y al borde de la muerte, el cazador es abandonado y enterrado en vida por un miembro de su propio equipo, John Fitzgerald (Tom Hardy). Pero Hugh Glass regresa de una muerte segura para buscar al hombre que le traicionó y vengarse, no importando que eso signifique arrastrarse por cientos de kilómetros durante el gélido invierno canadiense.
Para construir al personaje de Hugh Glass, Iñárritu se tomó varias libertades no sólo con respecto al libro sino con respecto al personaje de la vida real, del cual muy poco se sabe, pero de lo que se tenía certeza fue alterado o exagerado. El director, siempre con un discurso visual grandilocuente, le inventó un hijo al cazador, le achacó un fuerte nexo con la tribu pawnee y cambió la temporada del ataque del oso del verano al invierno. No contento con ello, obligó a su equipo a grabar en condiciones extremas y sólo con luz natural, con tal de favorecer la magnificencia que quería plasmar en El Renacido.
Si bien los paisajes helados y cubiertos de nieve son ajenos a la contraparte real, permitieron concebir al otro gran personaje del filme: la cinematografía. Con la lente del también mexicano Emmanuel Lubezki, los parajes desoladores y la combinación de tomas en formato cuasi documental adentran al espectador al mundo que visionaron en The Revenant, aunque por momentos consuman por sí mismas varios minutos del metraje y luzcan como un obvio homenaje a Akira Kurosawa y su remake de Dersu Uzala.
La adaptación en vestuario, sets y maquillaje también es de resaltarse, dibujando un retrato menos romántico que la mayoría de las cintas sobre la época y apelando a rajatabla al adjetivo de “salvaje” con el que suele describirse al Oeste en este periodo de tiempo.
Juntos, Iñárritu y Lubezki llevan de la mano a un Hugh Glass que tiene que sobrevivir absolutamente a todo para encontrar revancha y redención: decenas de huesos rotos (la mayorías de ellos sanan de forma inverosímil), tormentas invernales, violentas tribus y sobre todo a una Ley de Murphy que parece coagularse junto a sus heridas. Si algo puede salirle mal al personaje que caracteriza DiCaprio, le saldrá peor, pero la interpretación jamás desmerece el cúmulo de desgracias y logra no su mejor papel, pero sí uno muy impactante que puede competir sin problemas por el Oscar.
Los momentos de dificultad y el cómo se sobrepone a ellos cimentan en gran medida la belleza de The Revenant: El Renacido, escenas que nos hacen fruncir el ceño, emitir un hueco sonido de asombro o abrir la quijada de sorpresa. El enfrentamiento contra el oso es sólo la primera de estas secuencias que se sienten hasta abrumadoras, y aunque se pueden contar con los dedos de una mano sirven para salpicar de acción el generalizado ritmo pausado.
Por el contrario, el abuso de flashbacks que le cuelgan un fuerte nexo con los indios, con su hijo, con la vida y con la muerte son francamente inútiles. Este recurso se explota hasta el hartazgo y nunca aporta algo importante al desenlace ni para darle forma a un personaje que sin estos lazos místicos ya era interesante.
El antagonista de The Revenant: El Renacido, John Fitzgerald, es el gran ejemplo de que intentar profundizar en personajes tan cuadrados era innecesario. Tom Hardy hace un excelente trabajo como el villano de esta historia, un tipo sin escrúpulos que a su manera es también un sobreviviente. No sabemos mucho de él y no es necesario que lo hagamos.
El choque decisivo entre ambos es estrujante. Los últimos 45 minutos sacan el mejor cine de Iñárritu y la mejor fotografía de Lubezki. El ritmo narrativo se pone en forma y logra por fin captar sin bostezos el interés de todos, aunque quizá demasiado tarde. Reza un refrán creado precisamente por el cine del Viejo Oeste que la venganza es un plato que se sirve frío, y en este caso pareciera que se congeló en algún momento entre tantos flashbacks.
Tras poco más quince años de carrera, González Iñárritu ha mutado poco. Éste es sin duda su proyecto más ambicioso y uno que encareció 75 millones de dólares por sus caprichosas decisiones (como ir a filmar a Argentina las últimas escenas), pero se mantiene fiel a sus atributos y defectos. The Revenant: El Renacido conserva las tres “L” que distinguen su cine: es una película larga, lenta y en gran medida lírica que encontrará buena recepción entre los aficionados de su obra; para el resto la función puede ser más tediosa que sublime.