La película francesa Holy Motors formaba parte de la selección oficial del Festival de Cannes, y, a pesar del entusiasmo de muchos de los críticos, no ganó ningún premio, situación que medios especializados calificaron de “falta de gusto histórica”, aunque también generó una respuesta muy negativa entre un sector de la prensa que la calificó de “inentendible y horrible”. La que un inicio fuera la gran favorita para la Palma de Oro terminó sin mención alguna y con comentarios encontrados.
Holy Motors
Es cierto que los dizque especialistas de cine no siempre saben apreciar el valor intrínseco de un filme al momento de su estreno: el escalofriante Expreso de Medianoche, de Alan Parker; el alucinante western metafísico Dead Man, de Jim Jarmusch y con Johnny Depp, y el tenebroso drama Rio Místico, de Clint Eastwood y estelarizado por Sean Penn, ni siquiera recibieron un premio de consolación en el festival de la Riviera Francesa.
Vaya, si existiera una justicia divina para los artistas, el nombre de Leos Carax debería ser mucho más conocido en la industria del cine, estaríamos impacientemente esperando la siguiente obra de su abundante filmografía que los críticos y el público comentarían apasionadamente. No obstante, suele pasar que el destino precipite al abismo a los que nos imaginábamos en la cumbre. Sus dos primeros largometrajes, Chico Conoce Chica y Mala Sangre, realizados a sus 24 y 26 años, lo propulsaron en la categoría de los genios precoces del cine.
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En 1988, el rebelde del cine francés empezó el rodaje de Los Amantes del Puente Nuevo, historia de amor entre Alex, el tragafuegos, y Michèle (Juliette Binoche), una vagabunda que va perdiendo la vista. El rodaje del filme se convirtió en pesadilla: Denis Lavant, protagonista y alter ego de Carax en cuatro de sus cinco cintas, se lastimó un dedo y no pudo rodar durante un mes; la ciudad de París no quiso prorrogar el permiso de grabar sobre su puente más antiguo y se tuvo que reconstruir un set carísimo en el sur de Francia; los productores iban y venían para rescatar el proyecto.
Para completar el drama, Binoche y Carax, novios desde 1986, se separaron durante la filmación. Tres años después, la película pudo terminarse, pero con un presupuesto cuatro veces superior al original. Cuando por fin se estrenó en 1991, los críticos de la prensa popular lapidaron la obra y el público no se dio cita a ver la obra más cara en la historia del cine galo. El “enfant terrible” se convirtió en el cineasta maldito.
El mundo de Holy Motors y Leos Carax
Holy Motors, escena uno: un extracto de un filme primitivo donde un gimnasta de finales del siglo XIX hace ejercicios. Una sala de cine donde todos los espectadores duermen. Un hombre en un cuarto de hotel se dirige hacia la pared y detecta un triangulo metálico que sirve de cerradura donde la llave que tiene en lugar de dedo índice entra. El hombre tumba la pared y se abre una puerta que da a la sala de cine. En el pasillo camina un bebé, si uno lo ve de frente, es un perro.
Holy Motors, escena dos: una niña en pijama frente a una ventana redonda. Su padre banquero sale de la casa, es despedido por sus hijos que le desean un buen día y camina hacia una limusina blanca donde la mujer chofer le dice: “¡Buenos días, señor Óscar!”. El banquero llama a un colega quien, como él, se preocupa por su seguridad. “Los guardaespaldas no son suficientes, hay que tener un arma”. Los dos hombres quedan de verse en un restaurante lujoso en la noche. Óscar pregunta a su elegante chofer el número de citas que tendrá durante el día. Nueve, le contesta Céline, quien le recomienda a su empleador el primer archivo que se encuentra a su lado.
Así empieza esta locura cinematográfica con el nombre de Holy Motors. Las citas que tiene Óscar no son las esperadas. El espectador se va dando cuenta que el protagonista no es un banquero, sino un actor cuyas misiones son interpretar varios papeles en la vida real.
El hombre del comienzo es el propio Leos Carax, alegoría de un director que piensa que en una época donde todo es virtual, el espectáculo ya no se encuentra en las salas de cine sino en las calles. Sin embargo, como éstas también se van vaciando de sus sorpresas, el cineasta imagina un mundo donde los actores son los últimos que le dan sabor a una vida insípida y deshumanizada.
Óscar interpreta a una gitana que canta en las calles, a un actor de stop motion que hace el amor con otra actriz, al padre preocupado de una adolescente, a un asesino a sueldo, a un acordeonista durante el intermedio, a un moribundo y a Monsieur Merde. Este último, el Señor Mierda, es un hombre de una civilización desconocida que aterroriza a la ciudad y secuestra a una modelo indiferente y sumisa, interpretada por Eva Mendes, confusamente parecida a Amy Winehouse. Esta inolvidable escena parece un remake posmodernista de La Bella y la Bestia, de Jean Cocteau.
Holy Motors es, efectivamente, un tributo permanente al séptimo arte y en particular al cine fantástico y surrealista. La película contiene guiños a Max, mi Amor, de Oshima; Tristana, de Buñuel; El Testamento del Doctor Cordelier, de Renoir; Los Ojos sin Cara, de Franju, y a Sin Aliento, de Godard. El personaje encarnado por Kylie Minogue, ex esposa de Óscar y también actriz en limusina, nos recuerda a Jean Seberg en el largometraje pionero de la Nueva Ola. Carax es, sin duda, el digno heredero de Jean-Luc Godard en su osadía y su manera de provocar al espectador.
En Holy Motors, Óscar es el otro yo de Leos Carax, cuyo seudónimo es justamente un anagrama formado con su nombre Alex y Oscar, en referencia a la codiciada estatuilla dorada por los cineastas. “Nací en 1976 en un cuarto oscuro, sería muy difícil para mí que me hicieran nacer antes, con un nombre tomado de papeles. Hice cine para ser huérfano. Antes, es como si hubiera dormido durante 17 años”, declaró el director, comprobando lo vital que es el arte cinematográfico para él.
Ciertamente, y hay que reconocerlo, no toda la filmografía es de un gusto universal, y sería pretencioso asegurar que el director galo es sólo para aquellos con gustos refinados, pero definitivamente la obra de Carax es para los que desean algo diferente al sentarse a ver una película. Pareciera que por momentos el director reta al espectador a seguir su paso, a entenderle, a compartir su manera de ver el cine a través de la lente, y aunque no siempre se llega a buen puerto con él, cuando se logra, es una experiencia diferente y reconfortante.
Holy Motors entra en esa categoría. Todos estaban en lo correcto. Los críticos tenían razón al estar emocionados con su estreno y la prensa también al afirmar que por momentos es inentendible. Holy Motors no es una cinta para hilar secuencias en cadena, sino para sentir, disfrutar, experimentar, para reaccionar ante lo que presenta en pantalla… y después a otra cosa.
A pesar de su reducido presupuesto -cinco millones de dólares-, Carax logró un viaje caleidoscópico a través de la pantalla grande, un filme cuya temática principal es la industria del cine por sí misma y lo que tiene por ofrecer desde una óptica original que pide a gritos ser vista.
Desde Pola X en 1999, Carax no había estrenado ninguna obra. Rompiendo trece años de silencio, Holy Motors llega a las pantallas como un tsunami: desconcertante, irreverente, delirante, surrealista, poético, lúdico, absurdo, desgarrador, libre, intendenbile, multifacético y salvaje. Durante la historia, Carax hace decir a su prodigioso actor transformista: “Sigo como comencé: ¡por amor al arte!”. ¿Tienes deseos de ver una opción distinta? Holy Motors es tu película.