Nunca jugué Dark Souls, ni Demon’s Souls ni cualquier otro previo o derivado de la saga que alega ser la dificultad misma por antonomasia. Un día leí una publicación diciendo que “Skyrim me hizo un guerrero, Dark Souls me convirtió en sobreviviente”, así que siendo asiduo fan del primero me entró la curiosidad de probar el segundo, pero no fue sino hasta Dark Souls II que pude ponerme en la piel del guerrero. Aquí les relato mi aventura.
Dark Souls II
Desarrollado por From Software y publicado por Bandai Namco para Xbox 360, PlayStation 3 y PC, Dark Souls II se había convertido en uno de los títulos más esperados del año. Su combinación de intensa dificultad, combate sin cortapisas y el premio de salir avante donde pocos guerreros pueden era un imán para quienes disfrutaron la primera entrega, ¿pero qué tanto puede ser bueno para los novatos a la franquicia?
Drangleic es la tierra en donde se desarrolla la historia de Dark Souls II. Una maldición nos obliga a deambular en busca de almas para contrarrestar los efectos de la muerte, a pesar de que nuestro aspecto se ve de inmediato afectado por la misma maldición. No sólo debemos soportarla y combatirla, sino que tendremos que avanzar para llegar al castillo del reino y una vez ahí reclamar el trono.
Iniciar Dark Souls II fue en un principio una convicción a probar algo que me hizo sugestionarme. No lo había iniciado siquiera y ya me sentía listo para morir. Más que listo, esperaba una muerte constante, dolorosa… Desgarradora. Me hablaron tanto y leí a más no poder, que en verdad sentí que ningún infierno sería competencia contra lo que estaba por venir.
Un buen punto es que Dark Souls II cuenta con un menú sencillo y directo, sin rodeos podemos comenzar la aventura de inmediato, no sin antes observar un increíble video de introducción que nos prepara para lo que viene y nos impacienta a tomar las armas. Diseñar nuestro personaje es igualmente veloz, a pesar de que podemos modificar casi todas las características físicas. Me fue imposible dedicarme al cien por ciento a este apartado, pues en verdad estaba contando los minutos, pero podemos escoger entre varias clases de peleador, cada una con cierto armamento y equipamiento para los embates. Aunque me sorprendió ver a un tipo de personaje que carecía de todo esto pues es únicamente para valientes que creen poder sobrevivir con su piel desnuda como armadura.
Después de una caminata innecesaria y varios minutos de aburrido relato por parte de una anciana hechicera, nos encontramos ahora con que todo el tiempo que pasamos diseñando al personaje no sirvió, ya que estaremos convertidos en un “no muerto”. No me estoy quejando, aún. La siguiente parte me deja una duda que no logro quitarme: o se burlan vilmente de uno o de plano sí lo hicieron para ayudar, y es que entraremos en varias cuevas con enemigos que no representan ningún peligro, y que más bien son como maniquíes para poder entrenar los diferentes movimientos. Claro que existe la posibilidad de morir, pero es mínima. O sea, ¿se mofan haciéndonos creer que así será de fácil nuestro viaje?
Los primeros minutos son una bocanada de aire previa y única para que aprovechemos la tranquilidad que veremos por última vez. Una vez que decidimos tomar cualquiera de los caminos empezará el combate en serio, el peligro en cada rincón y la inevitable muerte.
Quienes ya jugaron Dark Souls saben que morir no es el pan de cada día. No es cuestión de tiempo, ni siquiera es algo común: es algo que sucede siempre.Es absurdo tratar de pelear contra la muerte que va a llegar en manos de una arma rival o de las trampas regadas por el escenario. Si por destreza o suerte despachamos a un enemigo, el siguiente estará listo para matarnos… Si no es que ya lo hizo mientras le quitábamos la vida al anterior. ¿Tuvieron suerte? El siguiente sí los va a destrozar. ¿No lo hizo? Deben de ser muy buenos. Pero el que continúa hará de ejecutor.
Así es Dark Souls II. Cada rival tiene la capacidad de matarnos de uno o dos golpes, siempre habrá una u otra forma de caer. Esto depende exclusivamente del nivel del rival en turno. Los enemigos más grandes y fuertes son los “buena onda”. Los débiles se avientan en conjunto y no respetan nada. Ninguna combinación es la mejor combinación.
Nunca he tenido problema con morir en un juego constantemente. Pero en Dark Souls II hay unas fogatas, las cuales nos permiten guardar el juego, descansar, movernos rápidamente entre ellas mismas, destruir efigies y otras cosas más. Son los checkpoint y funcionan de maneras muy raras, pues después de matar a algunos enemigos y regresar a guardar el juego, no nos asegura que todos ellos se mantengan así, muertos. Revivirán en el lugar donde aparecieron y nos volverán a atacar, lo que nos hace sentir que no avanzamos, así que recomiendo no llevar a la práctica esto. Es como una forma de seducir al jugador a grabarse, con el hándicap de que todo lo que habías vencido volverá sobre ti.
Pero en cada muerte Dark Souls II nos deja un gran aprendizaje que nos va a servir para colocarnos en el lugar correcto, con el arma precisa y asestar los golpes necesarios en el momento idóneo para evitar el del contrario y así restarle vitalidad. En algunos casos es más difícil que en otros, ya que honestamente el combate peca de ser demasiado preciso: un momento antes o después para blandir nuestra arma y quedaremos expuestos, traducido en una muerte segura.
Cada golpe que recibimos es capaz de reducirnos hasta en un 25 por ciento nuestra sangre, eso hablando de los enemigos sencillos. Si se trata de uno grande, un trancazo puede bastar. Recuperarnos será cuestión de usar una gema de vida, ítems que nos alivian por completo pero son más que nada un paliativo para el dolor, porque en breve otra horda de enemigos estará lista para intentar hacernos soltar el control.
No todo es tormentoso en este camino lleno de piedras, gigantes, explosivos y picos. Afortunadamente, aunque no hablamos de un mundo abierto, sí hay algunas opciones para ir superando cada escenario, darle la vuelta -momentáneamente- al peligro y explorar. Sea como sea, en ningún momento nos salvamos de pelear y es bastante difícil discernir qué camino sería el menos complicado: generalmente compensan la debilidad de algunas criaturas con la cantidad de las mismas. Algunos enemigos normales son como jefes finales y desgraciadamente hacen fila como si fueran a recibir despensa.
[pull_quote_center]Algunos enemigos normales son como jefes finales y desgraciadamente hacen fila como si fueran a recibir despensa.[/pull_quote_center]
Invencibles no son, el truco consiste en entender sus movimientos, en analizar el patrón que siguen, aunque debido a la muy buena inteligencia artificial ellos también reaccionan a nuestros movimientos, lo que les permite corregir el curso del golpe y lograr atinarnos. Esto no es bueno para la salud de nuestro personaje, pero sí para la experiencia masoquista de juego.
Dark Souls II es una relación de odio, locura, auto destrucción, fortaleza mental, paciencia, estrategia, habilidad y paciencia. ¿Ya dije paciencia? Cantidades industriales de ella se ocupan en todo momento en la espera para el momento justo de atacar, por la cantidad de combatientes, por algunos caminos larguísimos que recorrer, pero sobre todo por las incontables muertes que sufriremos. Es imposible evitar morir una y otra vez, en cualquier momento, sin importar la situación o increíble que sea nuestra arma. Es más, hubo veces que perdí a pesar de que había ya dominado el entorno y matado decenas de veces al mismo rival.
En una sensación extraña entre el reto y la necesidad de superarlo, llega un momento en que el gameplay se siente poco natural, realista o fluido y en el que basta con mecanizar todo, y de hecho me funcionó tanto que me aprendí varias partes del juego y sólo esperaba a que sucedieran ciertas cosas para atacar. Eso sí, por más articuladas que fueran mis acciones, el factor de suspenso estuvo presente todo el tiempo. El suspenso de saber si algún desgraciado no me mataría a pesar de mi esfuerzo.
Para lidiar un poco con las muertes tan sucesivas llega el elemento online del juego, que se mantiene más o menos intacto desde la primera iteración. Podemos invocar la ayuda de hasta otros dos compañeros humanos en nuestras partidas o buscar sellos rojos para enfrentarnos a otro jugador. Siendo muy, muy honestos, apenas pude tocar la modalidad en línea, no se siente como un gran paso con relación a lo que ya conocíamos antes, pero es la mejor manera de aliviar la insana dificultad de Dark Souls II.
Obviamente es imposible no hablar acerca de los aspectos técnicos de Dark Souls II. Y uno de ellos es la música, que sin ser una obra de arte, está muy a tono sobre lo que está pasando, emocionante en los momentos de batalla y relajante cuando hay paz. O sea que estas últimas melodías nada más la escuchamos en el menú.
Por otra parte, los gráficos me tienen indeciso, aunque para nada influyen en la experiencia de combate, que es lo único que a muchos les importará. Visualmente tiene varios glitches por aquí y por allá, pero nada que nos haga odiar al juego. Lo que sí es muy evidente es que varias texturas en armas, personajes y uno que otro pedazo de terreno están mal mapeadas. Dark Souls II no se siente técnicamente como un título que estelarice el momento más maduro de las consolas PlayStation 3 y Xbox 360.
Para finalizar con esta agridulce experiencia, tengo que recalcar que ciertamente Dark Souls II te convierte en sobreviviente y en estratega de cada nuevo paso. ¿Lo recomiendo? Sí, pero siempre dejando bien en claro lo desesperante que es, la a veces molesta precisión milimétrica en combate, el no tan pulido apartado técnico y la casi imperiosa necesidad de conectarse con algún compañero humano para avanzar, siempre con el punto a favor de una enorme sensación de tensión y la recompensa de vencer sobre lo imposible. Y ahora sí, cuando jueguen Dark Souls II abandonen toda esperanza y prepárense para morir… Nada más tengan cuidado de no aventar el control sobre la televisión.