Le pregunto por qué ya no juega.
—Estoy jugando.
No voltea la cara pese a la respuesta. Ciertamente el control en su mano y el grito de algunas criaturas muertas lo corrobora, pero él sabe a qué me refiero.
Se lo reitero. —¿Por qué no juegas, casi?
Permanece sin dirigirme la mirada. Esta vez no responde instantáneamente, se toma un par de minutos para pensar. En esta época es difícil que alguien se detenga a pensar un cuestionario tan informal: si no lo haces y te equivocas dicen que eres como ese presidente que tachan de ignorante, si lo haces te acusan de titubear.
—Estoy jugando.
Miro la pantalla, primero de reojo, luego tuerzo el cuello para hacerlo de frente: en una esquina está un Drácula en 8 bits mientras en la otra una Shanoa intentando acercarse con algo que parece ser un golpe de lobo. Esa escena la he “vivido” antes y sé que es un momento crucial, más cuando estás en solitario. No estaba pensando, al menos no en mi pregunta, simplemente no podía distraerse ni ponerle pausa. Por fin cae el tesoro del nivel.
—Pero ya no tengo tanto tiempo. —Ahora está revisando algo, parece que obtuvo uno de esos ítems raros—. Juego los que me gustan.
El televisor se torna negro por unos segundos, momento de cambiar de título. Lightning Returns: Final Fantasy XIII. A mí no me gustó mucho, a él sí. Creo que son su hit. No Final Fantasy, sino esos juegos con montones de jefes complicados y donde los objetos raros cuestan horas y horas y horas de obtener. Entonces no le dedica tan poco tiempo. La pantalla de selección de archivo y el menú lo confirman, hay al menos 80 y pico de horas dedicadas a ese mundo en extinción.
—No le puedo ganar al último jefe.
—¿El especial en Difícil?
—Sí, ayer estuve a punto.
—¿Te dan trofeo por matarlo?
—No sé, no he visto los trofeos.
Sólo juega los sábados y domingos, no le interesan los llamados “logros”. El sábado prácticamente se apodera de la consola y el domingo es por ratos, lo alterna entre dormir, correr y jugar. Antes fue siempre mi compañero por excelencia, cuando yo era Billy él era Jimmy. Claro, también mi gran rival, nos hemos lanzados hadokens y caparazones rojos desde que tengo memoria. Copiloto, cuaderno de notas y hasta cartógrafo: cuando no existían los mapas, él estaba ahí para trazarlos. Ahora no coincidimos tanto, pero tratamos de cruzar controles aunque sea una hora el fin de semana.
Final Fantasy XIII es de lo poco “moderno” que suele jugar. Se perdió The Last of Us y los Uncharted, jamás tuvo interés en Gears of War. Su cabello ya tiene las primeras canas, él dice que apenas tiene 28, la verdad es que parece de 25. No le puedo mencionar las canas porque siempre hace mueca, antes las canas eran sinónimo de sabiduría, ahora suelen asociarse con desfase y torpeza. Me animo a sugerirle que ya está viejeando y se ríe entre dientes.
De chicos soñábamos que íbamos a jugar siempre, bueno, no soñábamos, a veces los adultos tienen expectativas muy raras de las respuestas de los niños; cuando somos pequeños sólo queremos repetir eternamente aquellos patrones que nos hacen felices y la NES nos hacía felices. La Super Nintendo también, y la PlayStation. Estábamos convencidos de que íbamos a jugar siempre.
—Pues ya tengo otras cosas que hacer, —me aborda al presentir otra pregunta sobre el tema.
Ahora tiene un trabajo. Un buen trabajo, uno que sé le costó mucho esfuerzo obtener. Y como todo, van surgiendo nuevos intereses y gustos, ahora ama correr. Dice mi madre que sólo entrena y corre. También juega, no tanto como antes, pero juega, yo en realidad sólo intento picarle la cresta.
—Ya sabes cuáles me gustan. No puedo jugar todos los que tenemos.
Personaliza algo de su equipo, le cambia de color el gorrito, guarda la partida y sale. Toma la caja del último BlazBlue. Tiene gustos variados, aunque no tan tradicionales. Le he visto dedicarle horas a Hitogata Happa y otros shooters parecidos, pero shooters con navecitas, no maneja nada que traiga pistolas y se vea en primera persona, le “aburren y todos son iguales”. Tampoco le gustan del todo en tercera persona… él no entiende entre primera, segunda o tercera persona y me hace ver que soy un “fricazo” por manejar el concepto.
Aunque todavía se maravilla con cada nueva consola. No ha jugado tanto la PlayStation 4 pero ya invitó a un par de amigos a probarla. Pregona que no le gustan los FPS, pero he visto que ha tenido un par de sesiones de Killzone: Shadow Fall; por curiosidad, supongo.
Ahora lo que más juega es Plants vs Zombies 2, el de Android en su celular. Y Lightning Returns. Y Castlevania: Harmony of Despair. También BlazBlue, en general le fascinan los de peleas en 2D tradicional, sus ampollas en el pulgar datan ya de 1990 y pico, cuando todo mundo se encerraba cuatro horas diarias para jugar Street Fighter II en su casa. Nosotros no podíamos soltar el juego ni cuando lo soltábamos, alguna vez lo descalabré cuando él era Bison y yo Ryu, y mi agarre terminó botándolo contra una pared de cantera. Obviamente, al principio inventamos una mentira que después se terminó cayendo con la gravedad de la herida.
Trato de verme más interesante y le pregunto si ya regresó con Martha. —¿Por qué siempre me preguntas de Martha?
Encojo los hombros, él sabe que primero le cuestioné de videojuegos.
—¿Una reta de BlazBlue? —Me ofrece el segundo control y repetimos un ritual que sostenemos desde hace casi 25 años, donde el mejor, el más macho, el hombre de mundo, el mejor de los hermanos es aquel que termina ganando dos de tres rounds. Y entonces sí nos soltamos a platicar, a contarnos todo.
—Ya regresé con Martha.
1 comentario
Sos un puto genio 🙁